en serio, ¿para qué queremos un rey? No, venga, déjense de bromas y traten de convencerme. Por favor se lo pido, denme argumentos para cambiar de opinión. Seguro que alguno hay más allá de la tradición, la garantía de la unidad de España o los millones de contratos que consiguen nuestras empresas merced al fantástico respeto y adoración que le profesan en el mundo entero, jeques incluidos. No me creo que los anhelos monárquicos se salden con abalorios tales como que habla idiomas, esquía en Baqueira, va siempre bien peinado, sabe navegar, pela las naranjas con cuchillo y tenedor y ya, para enfatizar sus virtudes, ni caza elefantes ni flirtea con todas las que se le ponen por delante como su antecesor. “Está muy bien preparado”, es el argumento más esgrimido por sus defensores. Supongo que se refieren a que estudió en USA, recibió instrucción militar por tierra, mar y aire y hasta se casó con una periodista plebeya a la que por cierto ya no reconoce ni la madre que la parió de lo estirada que le han y se ha vuelto. Preparadísimo, sí... ¿pero para qué? “La crisis económica ha tenido efectos muy duros en la vida de nuestros ciudadanos”, largó ayer el Borbón en Francia. Una muestra de sabiduría que asusta. Venga, en serio, ¿para qué sirve?
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