Casualidades. Día de la madre a las puertas, al menos eso dice la publicidad. Y resulta que acabamos de conocer a Toya Graham, la señora que a collejas y empujones sacó a su hijo Michael de 16 años de una manifestación que se enfrentaba a las fuerzas policiales en las protestas que vive Baltimore tras la muerte del joven negro Freddie Gray cuando se encontraba bajo custodia policial. La escena me ha hecho pensar en lo transfronteriza, transcultural y tranversal -si me permiten el glorioso adjetivo tan de moda en otros tiempos en nuestra política patria- que resulta la colleja materna. Y, por favor, no hablo del golpe material, sino de esa colleja sentimental -y no por ello menos contundente- si quieren, esa palmada interorejera metafórica de tu infancia y juventud. Esos augurios que te hacen preguntarte si tu madre tiene una bola de cristal y poderes omniscientes, esas frases que caen como sentencias y te acompañarán toda la vida -del tipo, y si todos tus amigos se tiran de un puente ¿vas tú detrás?, esto no es un hotel, empezáis riendo y acabáis llorando o ese abrígate que en mi caso fue sustituido por un inasequible al desaliento coge paraguas que va a llover-, las mismas frases lapidarias que, tras haber abjurado de ellas, te descubrirás repitiendo décadas después. Esa sabiduría ancestral e insondable.
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