cla-cla-cla-cla... Volví a escuchar ese sonido la noche del lunes en un txoko y algo me vino a la mente. La de San Prudencio es para los alaveses la fiesta de verdad, la del encuentro con los tuyos, la del calor de la cocina, la de los recuerdos. El zortziko matutino en la Plaza de la Provincia, el sermón del obispo en la basílica de Armentia -el último de Miguel Asurmendi ante los vientos de cambio-, la merecida concesión de la medalla de oro a los clubes decanos del fútbol base alavés -esos que atesoran 50 años sintiendo los colores, otro valor de San Prudencio- o la tamborrada txiki que nos habla de futuro cargaron la jornada de ayer de solemnidad y tradición. Pero a veces, más allá de los actos consagrados y los convencionalismos, la fiesta es para uno ese pequeño detalle simbólico que nos evoca un recuerdo o una emoción personal. Seguramente todos los alaveses llevarán uno dentro. El xelebre cocinero José Ramón Agiriano me confesó hace ya unos años que el suyo era, en víspera de San Prudencio, sentir ya el sonido de los caracoles limpiándose en las piletas de las cocinas. “Cla-cla-cla- cla...”, era la onomatopeya de Joserra con la expresividad que le caracteriza. Se me quedó grabado y el lunes pude comprobar -y ayer degustar- que sí, que es real.
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