Amenos de un mes para que se celebren las próximas elecciones municipales y forales y mientras, como viene siendo habitual, los partidos se centraban en celebrar actos de precampaña, la coalición EH Bildu presentaba ayer públicamente su denominada Vía vasca para la paz. Obviamente, los periodos cercanos a las citas de los ciudadanos con las urnas no pueden ser inhábiles para la socialización de planes y propuestas en asuntos de interés, incluso aunque el tema del que se trata no tenga relación directa con el ámbito competencial de las instituciones que se eligen en los comicios. Sin embargo, en asuntos de especial importancia y sensibilidad como son el de la paz y la convivencia en Euskadi -o la inmigración y los presuntos fraudes en las ayudas sociales- es conveniente modular especialmente cualquier tipo de propuesta, a riesgo de que puedan considerarse legítimamente como intentos de rentabilización política electoralista. Más allá de la oportunidad, en forma y fondo, de su presentación, la Vía vasca que planteó ayer EH Bildu parece querer fijar posiciones quizá un peldaño más arriba de los posicionamientos que venía expresando hasta ahora la izquierda abertzale, con alguna concesión más o menos llamativa de cara a la galería, pero con muchas lagunas aún respecto a las exigencias básicas mayoritarias en la sociedad vasca. Así, junto a la reclamación del traspaso de competencias a la CAV y Nafarroa en materia penitenciaria, la asunción de la participación del Gobierno Vasco en el proceso de desarme -duramente criticada cuando la propuso el lehendakari Urkullu- o las tareas encomendadas a la Ertzaintza, poco nuevo hay en el texto que no parezca mero maquillaje. Las continuas apelaciones al “conflicto de carácter político”, a que los presos están privados de libertad por “convicciones políticas”, a una memoria que comparta “diferentes sufrimientos”, a la “desmilitarización”, etc. podrán servir como mensaje interno, pero no hacen avanzar proceso alguno, porque son conceptos del pasado. La gran creación -en su acepción global- de la propuesta, la “excarcelación condicional anticipada”, ofrece una de cal, aunque obvia -la exigencia al preso de renunciar a las vías violentas- y otra de arena -el mero reconocimiento del daño causado, sin autocrítica ni asunción de responsabilidad- para lograr la libertad. Flojo bagaje y nula valentía para un enorme objetivo como la paz.
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