de europeísta convencido a euroescéptico. Esa es una de mis muchas evoluciones a lo largo de los años. La sensación de desengaño se va asentando con creciente firmeza en mi subconsciente y también en mis presuntos ratos de lucidez. Creo que empecé a dejar de confiar en las bondades del gigante unido con las guerras yugoslavas, las últimas, y la incapacidad de los ministros y jefes de Estado de poner fin a tamaño y moderno genocidio. Luego llegó el euro, que es cuando de verdad empezamos a arruinarnos los denominados países del sur. Se equipararon los precios, sí, pero no los salarios y así fuimos endeudándonos hasta el catacrác definitivo. Seguro que Europa genera mucho bien a sus socios, pero a veces soy tan simple que no me entero. Mueren miles de personas en el Mediterráneo y los dirigentes europeos se juntan para comer, beber y no hacer nada sino reforzar la represión sobre los hijoputas de los moros. Mientras tanto, aprietan a Grecia hasta la asfixia y sin flaqueza alguna, no vaya a ser que la concesión de vías alternativas de supervivencia fomente en otros países la erupción de partidos tan peligrosos como Syriza. Y que se jodan los griegos a pesar de que sus actuales desdichas se forjaron con el conservador Samaras y el socialista Papandreu.