De verdad, no puedo. Sé que no soy morralla porque mi nivel de euskera no alcanza las cotas amenazantes que identifica alguno, aunque soy de los que piensa -llámenme loco- que por no conocer un idioma -encima el de mi tierra- soy yo el analfabeto. No tengo tan claro lo de batasuno porque el sábado lo de Gora Gasteiz me pilló entre Estella y Viana, así que no participé en ningún acto pero, aun así, simpatizo, qué cosas, con la idea de una ciudad plural y solidaria. Puede que no sea de los inmigrantes malos aunque mis dos abuelas no eran ni alavesas ni vascas y alguna vez tuvieron que hacer milagros para dar de comer a los suyos. Sé que me parieron en Vitoria, más en concreto en La Esperanza, pero dudo de mi vitorianismo puesto que me dan igual banderas, pulseras y otros ejercicios masturbatorios de la autocomplacencia simbólica. Eso sí, me ha quedado claro que soy un mal vecino porque la realidad la veo gris y no tan optimista como se supone que debiera para contentar al responsable político de turno. Así que estoy hecho un lío. Me quedaré con que soy un capullo cuya máxima aspiración esta semana es llamar a un teleportero, que me pregunten “¿quién es?” y contestar, a lo Marta Sánchez: “Soy yo, la que sigue aquí”.