Después de las bizarras andanzas sexuales de un ciudadano argentino con un espantapájaros que mi compañero Iñigo narró en este mismo espacio el pasado lunes -Juego de tubos-, recordé otra historia no menos surrealista de la que ya hablamos aquí hace un par de años, la condena que un juez estadounidense impuso a un hombre en Wisconsin por “fornicación de muebles”. El reo, cinco meses de prisión le cayeron, fue pillado in fraganti por un agente fuera de servicio en una carretera con un sofá “empujando su área pélvica contra los cojines y tratando de complacerse sexualmente”. Todo lo cual nos puede lleva a concluir empíricamente la veracidad del tópico de que la realidad supera a la ficción. Es decir, ni Tom Sharpe maquinando las aventuras de Wilt con su muñeca hinchable -si les apetece reírse un rato, aprovechen el Día del Libro y lean Wilt- imaginó semejante derroche de absurdo. Pero el mundo está plagado, como ese ciudadano chino al que un accidente de tráfico desmontó su, imagino, compleja organización vital en la que compaginaba 17 relaciones con otras tantas mujeres sin que unas supieran de las otras. La escena en el hospital tuvo que ser de ver. Yo la imagino narrada por Eduardo Mendoza, con Gurb flipando al fondo.
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