pongamos que primero fueron los basatis vascones, ajenos a los cánones de los civitas veleienses romanos que ya sabían lo que era hacer una ciudad bastante antes de que se levantara el poblado aldeano de Gasteiz. Luego fueron los villanos del rey navarro Sancho el Sabio en Victoria, a quienes los caciques de la Cofradía de Arriaga dejaron en la estacada en la Voluntaria entrega de las tierras de Álava al castellano Alfonso X. Más tarde, la culta, prolija y próspera judería local fue desterrada de la Almedra por el rancio cristianismo rampante. El siglo de las luces fue en la Vitoria absolutista sinónimo de persecución de los afrancesados autóctonos que no comulgaban con el sacro imperio que expulsó a las tropas napoleónicas o con el espíritu del turnismo restaurador bajo el que se levantaría, un siglo después, el mamotreto de la plaza de la Virgen Blanca. Y también vendrían la reacción ante los primeros movimientos obreristas -ideologías perversas que llegaban en tren-, los represaliados durante la placidez de la dictadura franquista o esos contemporáneos inmigrantes extranjeros de culturas y lenguas no menos extrañas. Todos ellos fueron integrados y excluidos al mismo tiempo y forman parte del sello de esta ciudad. Depende de la perspectiva con la que miremos al otro.