así como otras célebres figuras más cercanas como el mocoso del antiguo edificio del Banco de España en la calle Olaguíbel o el marciano de la torre de Ochate en Trebiño, la chica de la curva es uno de esos personajes mitológicos y enigmáticos más socorridos en la literatura de los accidentes en ruta. Estos días, la bendita chica de la curva se ha aparecido en más de un aeropuerto después de la tragedia del vuelo 9525 de la Germanwing en los Alpes franceses y hasta ha sumido en el pánico a pilotos y pasajeros que se negaban a hacer el fatídico vuelo Barcelona-Düsseldorf. Resulta humanamente entendible -y hasta químicamente explicable, aunque no soy docto, por las sustancias que segregan determinados impulsos externos en el cerebro- que la sugestión o la psicosis se pueda llegar a apoderar de la mente y el cuerpo de una persona. Pero desde que Anaximandro se preguntó por qué, Leonardo da Vinci dibujó su legendario Hombre de Vitruvio o incluso Nietzsche mató a las deidades, sabemos que nuestra medida -por muy aburrido que resulte- es la razón y no la magia. Es algo obvio pero que a veces conviene tener a mano en la mesilla. La chica de la curva es muy literaria, mágica y fascinante, sí, pero que no se nos vaya a ir la pinza con tantas mandangas.
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