Lo reconozco, es triste no encontrar otro referente en la creación cultural moderna que Los Simpson para hablar de lo siguiente, pero es que cada vez que me acuerdo de aquel episodio tengo a Vitoria en la cabeza. Ahora, con esto de que estamos gozando lujuriosamente de nuestro vitorianismo a cuenta de la nueva estación de autobuses y de que hemos empezado a tener, otra vez, sueños húmedos y picaruelos al saber de la nueva-vieja-reformada estación de trenes, me ha vuelto a pasar. Me viene ese capítulo en el que el pueblo de Springfield y su alcalde se lanzan en brazos del primero que pasa para gastarse la pasta en la construcción de un monorraíl que, en realidad, el pueblo no necesita pero al que se mira como un ejemplo de prosperidad y modernidad, una infraestructura que -y se dice de manera textual- les va a poner en el mapa. Y yo no sé, con mi querida Gasteiz en mente, si partirme el eje o ponerme a llorar. Cuando se cerró la estación de buses de la calle Francia, en esta santa ciudad ya se hablaba del soterramiento del tren como una posibilidad. Hasta hoy. Eso sí, por el camino nuestras queridas administraciones han gastado ilusiones, esfuerzos y, aunque no se lo crean, unos cuantos euros. Creo que me estoy volviendo amarillo.