la soflama contra la amenaza de las hordas árabes es universal. Es, en realidad, un grito de odio al diferente que se viene repitiendo históricamente, desde el Egipto faraónico hasta nuestros días, desde la costa de Samaria hasta Vitoria. Vaya por delante, para ser sincero, evitar equívocos y a riesgo de anatema o linchamiento público, mi parcialidad. Mi respeto, simpatía y hasta identificación con la causa de Israel. Que no es únicamente la causa de la originaria civilización del libro, de la ciencia, la diginidad humana y la carga moral que implica la metáfora del pacto con Yahveh. Es igualmente es la causa de un pueblo construido por sus gentes, huerto a huerto, con sus propias manos. Con la azada en una mano y la espada en la otra, sí, pero también con la inspiración de los principios socialistas que dieron origen al primer sionismo, desafiando a los rigoristas que se aferraban al dogma frente al paganismo marxista y proclamando el humanismo frente a las barreras religiosas o étnicas. Es por eso que cuesta ver esta causa en la derecha reaccionaria del Likud o en la arenga excluyente de Netanyahu, ese que llamó a hacer frente a las hordas de árabes que iban a votar en las últimas elecciones israelíes. Es la misma proclama que lanzó Vitoria contra la judería o ahora contra los magrebíes.
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