Se ha producido una catástrofe aérea que ha conmocionado a todos. Pero como de todas las cosas se pueden sacar algunas conclusiones, enseñanzas, mejoras, etcétera. Parece ser que por el hecho de haber ocurrido en Europa, en Francia, con personas fallecidas de países como España, Alemania, etcétera (casi hemos obviado a los turcos) la tragedia toma tintes de drama supino.

Hay un hecho palpable, el trabajo de la gendarmería, la Cruz Roja, voluntarios, los vecinos de los pueblos cercanos ofreciendo lo suyo para paliar en lo posible algo sin solución. Pero hay también algo casi obsceno, la presencia de autoridades. Acuden con rostro compungido, pero vanos de intenciones, en helicópteros hasta el punto más próximo al accidente, con una ingente comitiva de personalidades de sus gabinetes, eso sí, todos bien trajeados, molestando las tareas, atascando las carreteras con sus cortejos, interrumpiendo algunas veces los trabajos para hacerse una foto como aval de su prócer humanitario.

Ni siquiera abonarán el precio del telegrama de condolencia enviado a los todos los parientes de las víctimas y ocuparán de nuevo los noticiarios en los próximos funerales sin rubor alguno y con la satisfacción del deber cumplido.

Por favor señores, no molesten.