Lo siento, de verdad, no quiero ir ni contra el espíritu vitoriano, ni contra lo felices que están todos, ni contra los que se desviven admirando las bellezas de Vitoria y Álava. Pero aquí seguimos dando palmas con las orejas porque hemos abierto una estación de autobuses muy molona, que está a la altura de una capital, un edificio del siglo XXI... Vamos a ver, aun a riesgo de pasar por un borde de narices, tres instituciones han realizado 22 años tarde su trabajo, es decir, levantar una infraestructura necesaria para cualquier ciudad y lo han hecho, 22 años tarde, con el dinero de todos los contribuyentes, porque, hasta donde yo sé, ningún consejero, diputado general o alcalde ha invitado a esta ronda con lo que le sobraba en la cartera. Y lo que se ha construido, 22 años tarde, es una estación de autobuses, señoras y señores, es decir, un espacio que debe ser funcional, amable y servicial para sus usuarios, no el nuevo objeto masturbatorio de la quinta esencia del vitorianismo. Cada obra pública no puede ser un orgasmo colectivo. Porque a este paso me veo bailando un aurresku frente al próximo fontanero que venga a casa a arreglarme una tubería, justo delante de mis vecinos a los que tendré que invitar a canapés y organizarles unas visitas guiadas.