dice el sociólogo francés Marc Augé en su curioso ensayo El viajero subterráneo que “usar el Metro parisiense es mucho más que transportarse de un punto a otro” y quizás la recién estrenada estación de la plaza Euskaltzaindia sea mucho más que una mera terminal de autobuses. Quizás su inauguración vaya más allá del mero corte de una cinta y hayamos asistido a la apertura de un edificio icónico -esta ciudad arrastra el complejo de no tener ninguno- o de un símbolo de la nueva Gasteiz. Quizás haya sido una suerte de catarsis después de 20 erráticos años dando vueltas en busca de la estación perdida. Pero nadie parece haber caído en el detalle de que las estaciones son nudos o enlaces de pasajeros. Por la terminal de Vitoria pasarán a diario turistas, funcionarios, trabajadores, vecinos del entorno rural alavés, excursionistas que vienen a la green o vitorianos que parten en busca de la meseta o el mar. Nadie se ha parado a preguntarse de dónde vienen y a dónde van esos 6.800 viajeros diarios -según las cifras oficiales- en una estación que aún tenemos que llenar de historias humanas. “Al tomar el Metro, cada cual, en función del día y de la hora, pasa de una actividad a otra, de la vida familiar a la vida profesional, del trabajo al ocio, y ahí se conjuran muchas historias”, dice Augé.