la política vuelve a interesar. Esa es quizá la principal conclusión que puede extraerse de los últimos sondeos independientemente de que las cosas aún no estén demasiado claras. Se adivinan cambios con la irrupción de Podemos y Ciudadanos, siempre con el escepticismo que despiertan unas encuestas ciertamente desprestigiadas por la sucesión de gatillazos. Pero lo que sí ha cambiado indudablemente es que ahora se vuelve a hablar de política en los bares y en las tertulias de amigos, algo que no sucedía en los últimos tiempos cuando la mayoría asumía que votar no servía de nada y que lo único que conseguían las elecciones era consolidar los chiringuitos de algunos. La crisis y la indignación por la gestión de la misma tienen mucho que ver en esto, por supuesto. La gente parece haber entendido que ya no es igual quién, y sobre todo cómo, manden los depositarios de sus votos. Ha bastado que algunos hayan esgrimido la decencia como bandera para que se revuelvan las conciencias y se vuelva a percibir la política como un instrumento útil de gestión que no se puede dejar al albur de los que aparecen día tras día como corruptos o corruptibles. Habrá que ver si los nuevos llegan y, si es así, cuánto tardan en desprestigiar de nuevo la política.
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