Da gusto el sol. Calorcito todo el rato. Hace más frío dentro de casa o dentro del trabajo que en la calle. Miras por la ventana con envidia. La gente pasea sus cuerpos, pasea sus perros, pasea sin más, diríase que dejándose llevar, sin un destino fijo, al ritmo de la buena temperatura que es ritmo lento, apacible, pacífico. Un gustazo compartido. Este fin de semana ha sido paradigmático. Olvidando las consecuencias de la intensidad musical de la noche del viernes, concentrada en nuestro caso en Helldorado, el sol nos sacó a Pinky y a mí de la cama el fin de semana. No fuimos los únicos. No puedo dar fe de lo ocurrido el sábado, porque el trecho que transitamos no superó la frontera del bar a doscientos metros de casa: marianito y gafas de sol antes de recogernos en el sofá con una película de argumento bovino, para no pensar, quiero decir. Sin embargo, el domingo, aún doloridos, nos lanzamos hacia el Norte, que viene a ser Ibaiondo y más allá. Con Tiko y Peio llegamos al cruce de Yurre. La carretera que lleva al pueblo era como una manifestación de paseantes, ida y vuelta, felizmente mecidos por el sol. Giramos a la derecha hacia Abetxuko. Terrazas llenas. ¿Y qué? Da gusto Gasteiz con este sol de invierno, con este calorcito que ya nos merecíamos.
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