no descubro nada si les hablo de aquellos deportistas de la élite profesional que se convierten en una caricatura marketiniana, que embriagados de éxito y boato juvenil disimulan sus simplezas o escasas dotes culturales, que delante de un micrófono evidencian serias dificultades sintácticas o que los jefes de prensa de sus clubes -y los alaveses no son una excepción- pretenden hacerles pasar por premios Nobel de Astrofísica, rodeándoles de un aura ridícula y decidiendo cuándo y con quién pueden hablar de sinsorgueces. Y sin embargo, siguen siendo chavales de veintitantos años con sus tonterías, pero a veces también con gestos humanos que les honran. Esta vez han sido el baskonista Tornike Shengelia, su capitán Fernando San Emeterio -auténtico artífice del sentido común en la cancha de Miribilla- o el rival Alex Mumbrú. Tras el bochornoso espectáculo de la tangana en un calentón, a Shengelia le salió el gesto de disculparse con un beso ante Josu, un chaval de 7 años que presenció atónito la trifulca, y Mumbrú se lo llevó luego de la mano al vestuario para reconciliarle con el deporte. Ambos demostraron un atisbo de lucidez ejemplar al percatarse de que ser ídolos de los txikis es una responsabilidad que está por encima del espectáculo y de aureolas estúpidas.