con esa cara de curilla franquista -qué digo franquista, inquisidor recalcitrante de la Edad Media-, el eminentísimo y reverendísimo señor Rouco Varela ha llegado a los 78 años de edad instalado en lo más alto de la curia eclesiástica. Por supuesto, su adusto gesto no es lo peor de él -qué le vamos a hacer si Dios le ha castigado con esa jeta de malahostia permanente- sino su pensamiento. Arcaico, retrógrado, inflexible, experto en encolerizar a los católicos para lanzarlos contra los gobiernos y anclado en un tiempo muy lejano. Aparentemente, Francisco ha tenido suerte con esta -por edad- obligada jubilación. Sin embargo, el Papa aún tuvo que preguntar hace poco al sucesor Carlos Osorio: “¿Qué, ya encontró un lugar para vivir?” El hasta ahora arzobispo de Valencia llevaba nombrado en su puesto seis meses y aún no había podido instalarse en el Palacio Arzobispal. A Rouco no le daba la santa gana de mudarse y no lo ha hecho hasta encontrar una morada ajustada a su eminentísima y reverendísima persona. Pero ya la ha hallado, ¡albricias! que diría él. Se trata de un pisito de unos 400 metros cuadrados en el centro de Madrid que, por supuesto, ha necesitado una millonaria reforma para adecuarlo a su exigente gusto. Humilde, lo que se dice humilde, no parece.