De entre los acuerdos inútiles de los últimos años, creo que el más reciente, el relativo al terrorismo yihadista, gana por goleada a los anteriores, salvo, claro está, que se utilice para fines diferentes de los que proclama en sus párrafos. Resulta curioso comprobar cómo muchos medios de comunicación lo han ensalzado como un modelo de responsabilidad de estado, y que el hecho de que Pedro Sánchez, el nuevo líder del viejo socialismo español, lo haya firmado le equipara a los grandes estadistas de la historia reciente: ¡oh, capitán!, ¡mi capitán! Incluso publican que Zapatero, González y Rubalcaba colaboraron en la elaboración del mentado pacto, con el objetivo de justificar algo que se adivina injustificable: la contradicción de apoyar un texto en el que se aplicará a los condenados la máxima pena del Código Penal, esa cadena perpetua que el propio PSOE rechaza y anuncia que eliminará en cuanto exista una mayoría parlamentaria para lograrlo. La imagen, visto lo visto, está por encima del contenido. Y ahondando, en el contenido, cabe preguntarse qué eficacia tiene el máximo castigo del pacto, esa cadena perpetua, contra personas que están dispuestas a inmolarse. No parece que una mayor punición sea el mejor camino para resolver este gravísimo problema.
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