el compañero Carlos González hablaba anteayer en este mismo espacio de las sensaciones, sin duda agrias, que había experimentado al ver cerrada una tienda de toda la vida próxima a su casa. En efecto, baja mucho la moral de la gente, al menos la mía, el cierre de tiendas, negocios o empresas. También la destrucción de cosas o trabajos que ha realizado alguien, sobre todo cuando el que rompe es un mero especulador, un soplagaitas, un mediocre que no ve nada más allá del rendimiento inmediato. Cuando cierra una tienda por la crisis es dramático y cuando se destruye algo por el simple hecho de no alcanzar a valorarlo es patético. Y ha habido mucho de esto con la excusa de la crisis. Algunos han aprovechado las circunstancias para sacarse de encima todo lo que no sea económicamente rentable. La cultura, por ejemplo. ¿Cómo va a valorar una obra -de arte o incluso no tanto- aquél que solo ve números en sus cuadriculados y deshumanizados balances? Que las cifras lo empañen todo y se hayan hecho con el poder absoluto de nuestras vidas y nuestros valores es una de las consecuencias más perniciosas de esta estúpida crisis. Por eso triunfarán, o eso espero, aquellos que arriesguen donde otros solo perciben fracasos. Hoy he visto una próxima apertura en la calle y me he puesto contento, ya ven.