el Fondo Monetario Internacional (FMI) acaba de revisar al alza su previsión de crecimiento para España -hasta un 2% para este ejercicio- para indisimulado regocijo del Gobierno del PP, que por boca de su ministro de Exterioores, José Manuel García-Margallo, tildó de “espectacular”. Más allá de que se trata de una estimación, mejor haría el Ejecutivo de Mariano Rajoy en guiarse con la prudencia debida, ya que el guarismo -cierto que positivo- no obedece tanto a méritos propios como a factores externos como el descenso de los precios del petróleo, una política monetaria europea más distendida y la reciente depreciación del euro. Las alharacas de las huestes de Rajoy todavía se comprenden menos, por mucho que el PP se haya encomendado a la economía para intentar preservar la Moncloa, a la vista del informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que vierte sal sobre la herida más sangrante de la economía española, puesto que vaticina que el paro seguirá por encima del 21% toda esta década, cuando el Gabinete de Rajoy auguró que ya en 2017 bajaría del 20%. España será el Estado de la Unión Europea que mayor tasa de paro soportará dentro de cuatro años, con la circunstancia agravante de que padece la mayor devaluación salarial junto con Grecia y el Reino Unido, según precisa la OIT. Relacionando estas últimas previsiones de crecimiento y paro, la conclusión resulta tan evidente como lacerante, en el sentido de que la progresión de la macroeconomía va a tener como beneficiarios a la élites empresariales. Sin mayor demanda interna no será posible la recuperación y el consumo no se reactivará sin más gente trabajando y además disponiendo de más renta para poder gastar. Un escenario inimaginable en este momento, con un mercado laboral tan depauperado, además de por los sueldos recortados, por la consagración de un despido libre y prácticamente gratuito. El afán por la competitividad no está basado en la flexibilidad laboral, sino en realidad en la precarización del trabajador y la exclusión del mercado de la mitad de los jóvenes y mayores de 55 años que difícilmente recuperarán una nómina. A todo ello se suman unas políticas activas de empleo inoperantes. El panorama es desolador para las economías domésticas, ajenas a los pronósticos del FMI que tanto excitan al PP.