Vuelven los próceres y subpróceres del mundo a reunirse para, según dicen, garantizar nuestra seguridad. Después del fanático atentado a la sede de Charlie Hebdo, tal como pasó tras los ocurridos el 11 de septiembre de 2001, a los baluartes del mundo occidental sólo se les ocurren dos cosas: hablar de guerra y organizar reuniones de presidentes o ministros o subsecretarios responsables de seguridad para reforzar la seguridad, la misma que da nombre a su cargo, poco antes, eso sí, de matar y/o detener a unos cuantos supuestos yihadistas. No mola eso de hablar de guerra, señores, salvo que no hayamos escarmentado de las últimas, aunque conviene precisar que cuando estos prebostes que se creen cimientos de la sociedad occidental hablan de guerra, se refieren a llevarla lo más lejos posible, no a librarla en las calles de sus ciudades: nada de disparos en mi jardín. Respecto a la segunda ocurrencia, reforzar la seguridad, suele traducirse en un mayor control de comunicaciones y personas que redunda en una pérdida de privacidad, amén de en modificaciones del código penal. ¿No es suficiente con el control que ya existe, el que se aumentó tras el 11-S? Tengo la sensación que así no se resuelve gran cosa, pero también la convicción de que no van a hacer otra. Y volveremos a empezar.
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