lo peor de los momentos actuales que vivimos no son el paro, la miseria, la desesperanza económica, las estrecheces que, en suma, nos vemos obligados a padecer, según dicen los poderosos, por haber vivido por encima de nuestras posibilidades. Lo que no acaban de entender los políticos, ni tampoco esos poderes fácticos invisibles a los que algunos llaman mercados, es que a la gente no le asusta la crisis en sí. De hecho, casi todas las generaciones han pasado por una o más crisis y sabida es la capacidad de los humanos para adaptarse al medio, como esquimales en Alaska o tuaregs en el Sahara. Si hay que apretarse el cinturón se aprieta y donde antes había solomillo ahora habrá pollo. Indigna mucho más a la mayoría la corrupción en tiempos difíciles, que haberla hayla siempre pero se sobrelleva mejor o peor según las circunstancias generales. Y lo que ya riza el rizo del cabreo es que los que nos timan ni siquiera disimulen, que vivan en un mundo feudal donde el noble se lo merece todo y a la chusma que le den dos euros, lo justo para mantenerse con vida y poder seguir deslomándose para mayor regodeo de los señores. ¿Cómo osan amenazar Alemania y la troika a los griegos con echarlos del euro según lo que voten? En esa Europa, mejor no estar.