la matanza en el semanario satírico Charlie Hebdo en París -con doce personas asesinadas y varias más heridas- supone un nuevo atentado contra la libertad de expresión, contra la cultura y la libertad de pensamiento y contra la humanidad. Que ese atentado coincida el mismo día con otra masacre terrorista en Yemen, donde un coche bomba asesinó a 50 personas, evidencia la necesidad de ofrecer una visión global sobre lo que está ocurriendo desde hace años -basta recordar la matanza de niños y niñas reciente en una escuela de Pakistán- en una guerra extendida por el mundo, fanática y cruel. Sin embargo, el ataque perpetrado por tres desconocidos apenas dos meses después de que el Estado Islámico llamara en un vídeo a los musulmanes franceses a la yihad presenta algunas peculiaridades que quizás no sean ajenas a la prudencia del ministro galo del Interior, Bernard Cazeneuve, a la hora de adjudicar autorías. La precisión militar del ataque a una publicación, por otra parte incómoda para muchos, que incluía el conocimiento del nombre de algunas de las víctimas; el hecho de que sus autores no se inmolaran sino que tuvieran preparada su huida o el momento en que se ha perpetrado este ataque, en plena vigencia informativa de los brotes islamófobos en Alemania y Francia son factores que parecen confluir en el interés de acrecentar la división y el terror entre ambos mundos. Como todos los fenómenos de violencia que ha protagonizado el fanatismo religioso, étnico o político a lo largo de la historia, se pueden analizar sus causas económicas, culturales, sociales o geopolíticas, pero nada de ello puede servir para minusvalorar el alcance que esta ofensiva integrista supone contra los derechos humanos. En este sentido, la defensa de los valores democráticos, del libre pensamiento y de las libertades que representaban los periodistas de Charlie Hebdo es la primera premisa que no se puede olvidar. Serán otras muertes más inútiles si esta masacre supone una vía abierta para ensalzar discursos que inciden en alimentar el populismo, la demagogia y los extremismos políticos, religiosos o xenófobos fáciles y falsos. Se trata de recuperar los valores democráticos básicos desde la libertad, los derechos humanos, la igualdad de oportunidades y la justicia social como las trincheras humanistas desde las que hacer frente al fanatismo y al totalitarismo.