por supuesto, el incidente de ayer en la sede del PP tiene que ver con la situación en la que están dejando al país. Por supuesto, es mucho más esencial en la explicación el grado de indignación del conductor temerario que su supuesta enajenación mental. La diferencia entre él y otros muchos es que la presunta cordura impide a la mayoría estampar coches contra la sede del partido del Gobierno. Pero, seguramente, las ganas de hacerlo son las mismas que las que empujaron al hijo del pintor de Bronchales. Daniel Pérez se pasó tres pueblos, es cierto, pero tengo la sensación de que su alunizaje en la calle Génova ha despertado más simpatías que odios. De todos modos, parece que tenía problemas psicológicos además de económicos. Por esos mismos atenuantes es más grave todavía la respuesta del nuevo doberman popular, Rafael Hernando, al insinuar que la culpa del desprestigio de los políticos, y quizá por tanto de este suceso, es de los medios de comunicación. El nuevo portavoz pepero, que acaba de ser condenado a pagar 20.000 euros por injurias, que intentó agredir a Rubalcaba y que acusó de peseteros a las víctimas del franquismo, entre otras lindezas, no parece el más cualificado para dar lecciones de civismo a nadie. Ni siquiera al exaltado vecino turolense.
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