No me entienda mal, valoro el trabajo y el esfuerzo de la gente que se dedica a la cosa del turismo. Pero va uno a Donostia, a esa cuna de la gastronomía, del ven y cuéntalo, de vas a ver qué bien comes y bebes, y en una barra, 7,80 por tres txakolis y un rosado. Y yo con cara de imbécil, porque de rico no me sale. Primer pensamiento: en Vitoria esto no me pasa. Bueno, cuidado. Igual no tanto, que conozco a unos que se fueron con los críos a una de esas ferias de la cerveza en esa plaza de toros que nadie sabe para qué sirve de verdad y les hicieron pagar la entrada de los niños. ¿Perdón? Pero si no van a beber, no pueden. Aún así, tuvieron que pasar por caja. Y así se me ocurren otros ejemplos. Mucho bolsillo achuchado pero en el sitio menos esperado, casi tienes que pedir otro crédito además del hipotecario para tomar algo. En la ciudad de La Concha van a tener que esperar para verme el pelo otra vez por allí. Se me tiene que pasar el susto. Aquí, directamente, ya tengo controlados los sitios donde no, gracias. Ni pisar. Porque una cosa es consumir y, por supuesto, cumplir con el hostelero, que al fin y al cabo se está ganando la vida como un servidor, y otra ir con cara de tonto por la vida. Todo con moderación sabe mejor, Las copas. Y los precios.