El Papa Francisco, cuya lucidez de posicionamiento, capacidad de análisis y autoridad moral le están revelando como un auténtico líder mundial, aseguró el pasado septiembre durante una homilía: “Hoy, tras el segundo fracaso de una guerra mundial, quizás se puede hablar de una tercera guerra combatida por partes, con crímenes, masacres, destrucciones”. No le falta razón a Jorge Bergoglio. Los datos que aporta la ONU son lo suficientemente elocuentes. En la actualidad, más de una veintena de países repartidos por todo el globo tienen algún conflicto armado, muchos de ellos especialmente crueles y sangrientos. En efecto, no se trata de una guerra mundial como las que hemos conocido hasta ahora, pero el drama humano y la destrucción que está ocasionando este conflicto por partes es muy superior a los de las contiendas anteriores. Llama la atención que precisamente en el año se se conmemora un siglo de la llamada Gran Guerra, el mundo no haya aprendido la lección de las irreparables consecuencias que supone la resolución de conflictos por medio de las armas. Aunque hay notables diferencias entre las distintas guerras que hoy sacuden el mundo y que en muchos casos se utiliza directamente el terrorismo más brutal para someter a la población -como el caso de Al Qaeda o el Estado Islámico-, las consecuencias son globales y terribles: millones de muertos, cifras incalculables de personas sin hogar, desplazados y emigración desesperada que en muchos casos solo encuentra otra forma de muerte, empobrecimiento, hambre y destrucción. Todo ello está creando una situación de crisis humanitaria sin precedentes. Se calcula que más de 57 millones de personas van a necesitar ayuda humanitaria a lo largo del próximo año, algo imposible de abordar si no se revierten las políticas de ayuda y cooperación, diezmadas por los recortes consecuencia de la crisis económica. Ante este panorama, los países occidentales -y, en nuestro caso, la UE- deben reaccionar y hacer una apuesta seria por atajar los conflictos desde su raíz -generalmente, la pobreza y la injusticia- y, de manera urgente, por atender a esos millones de desplazados. Y, sobre todo, admitir que la política llevada hasta ahora, en especial la nefasta “lucha contra el terrorismo” internacional, ha sido un sonoro fracaso y que es hora de revertirla.
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