la adscripción ideológica, caracter radical y costumbres violentas de las decenas de aficionados de fútbol involucrados en la masiva pelea junto al madrileño río Manzanares que el domingo costó la vida a un seguidor del Deportivo La Coruña ni debe ni puede servir de excusa a la hora de dirimir responsabilidades. Y es que los trágicos incidentes en las inmediaciones del Vicente Calderón se produjeron tras un cúmulo de dejaciones. Mucho menos puede pretenderse, como se dedujo ayer de ciertas declaraciones oficiales, lanzar balones fuera sobre los errores en la prevención por parte de todos los organismos implicados. El hecho de que los aficionados violentos pusieran en práctica artimañas para eludir el control de sus actividades tampoco atenúa la responsabilidad, puesto que es precisamente labor de dichos organismos y especialmente de la Policía evitar esas maniobras. Es cierto que los clubes deben asumir su parte de incumbencia por permitir e incluso alentar entre sus aficiones grupos violentos de ideología radical -y en esto el Atlético de Madrid tiene una larga y desgraciada trayectoria- y por despreocuparse de sus actividades, que marcan y deshonran al propio club. También lo es que la Liga de Fútbol Profesional (LFP), la Federación y la Comisión Antiviolencia posiblemente incurrieran en una dejación de funciones al no constatar la presencia de esos grupos entre los aficionados atléticos y deportivistas en un partido en el que debiera haberse elevado en nivel de riesgo. Pero es responsabilidad del Ministerio del Interior prevenir, controlar y evitar las actuaciones de grupos organizados violentos que atenten contra la seguridad ciudadana. Especialmente si la reiteración permite conocer -como en el caso del Atlético de Madrid- a los miembros más violentos de su hinchada y cuando -como en el caso de los Riazor Blues- desde el Deportivo La Coruña se advirtió, aunque fuera a última hora, del traslado a Madrid de individuos de idénticas características. En la masa del fútbol, por desgracia, se enquistan elementos que nada tienen que ver con este deporte al que gangrenan, pero la laxitud de los clubes, la transigencia policial y la acción de determinados grupúsculos de ideologías ultras son factores que alientan y permiten la continuidad de este fenómeno, en algunos casos durante décadas.