La primera visita del presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, a Catalunya desde que se precipitara el proceso soberanista, cuyo último hito fue la consulta en forma de jornada participativa celebrada el 9-N -es decir, hace ya tres semanas-, contó ayer con algunos elementos significativos pese a que resultó altamente decepcionante teniendo en cuenta que se trata de la respuesta de un Ejecutivo a un planteamiento democrático de un Gobierno y de una parte importante de la población de un país. Rajoy comenzó desde el principio desdeñando el proceso en Catalunya y rechazando el diálogo y el acuerdo en la creencia de que su impulsor, el president Artur Mas, no iba a llegar muy lejos. Continuó intentando prohibirlo, respondió después -tarde y mal- con una querella jurídicamente absurda y políticamente desquiciada y está terminando por asumir que el asunto se le va de las manos y que habrá choque de trenes en forma de elecciones plebiscitarias, tal y como las ha planteado el jefe de la Generalitat. Ante las acusaciones de inacción y pusilanimidad provenientes del sector ultra de su propio partido y de los poderes mediáticos, Rajoy se plantó ayer en Catalunya para hacer su propuesta ante el desafío independentista. Solo que tras la supuesta propuesta no había absolutamente nada. Ni diálogo ni planteamientos concretos ni ofertas de negociar la ampliación del autogobierno. En un tono deliberadamente crispado, casi amenazante, el presidente del Gobierno se limitó a interpretar el guion escrito por quienes no quieren ver la realidad que vive Catalunya y solo atienen a la “unidad de España”. Llama la atención que Rajoy adopte ahora el papel de mal estadista y recurra al discurso del miedo intentando vender en Catalunya la supuesta calidad de los servicios públicos españoles, incluida la sanidad, y la garantía de cobro de las pensiones que ofrece España para los catalanes, con el objetivo de intentar convencer a esos ciudadanos de que opten por algo aunque él mismo les niega el derecho a ejercer esa elección. Todo ello pone en evidencia que Madrid ha iniciado ya la campaña electoral de esos comicios plebiscitarios que tanto rechaza, lo que viene a corroborar que renuncia de forma definitiva a la vía del diálogo y la negociación. Puede ser el último gran error de Mariano Rajoy.
- Multimedia
- Servicios
- Participación