estaba por casualidad -o quizás por afinidad- en un local en el que unos chavales en libertad condicional anunciaron que no irían más a firmar al juzgado, pero no huirían y asumirían que fueran a buscarles y les metieran al talego si tenían que meterles por quebranto de condena. Intuyendo que iba a ser una noticia relevante, le dicté la crónica a Itziar -una teclista del periódico- desde uno de esos teléfonos verdes de monedas que tenía el bar, leyendo unas pocas líneas que previamente había garabateado en una servilleta. Han pasado casi 25 años y desde entonces la tecnología ha cambiado todo radicalmente. Hoy ya no se escribe a mano sobre un papel y una foto obtenida con un móvil puede estar en pocos segundos dando la vuelta al mundo entre millones de terminales. La revolución tecnológica ha sido de vértigo, ciertamente, pero no sé si hace que se ejerza mejor -ni peor- periodismo. La prensa viva sigue siendo la que está a pie de calle, como apunta el mensaje que publicamos hoy en nuestra página 61, arranque de la campaña del 10 aniversario de DNA. Y este viejo oficio sigue consistiendo en salir a la calle y contarlo. Como en aquel local pamplonés donde hace más de 20 años emergía el movimiento de la insumisión y había un plumilla con una servilleta para contarlo.
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