Por alguna extraña razón, alguien consideró hace unas semanas que mi criterio sirve para algo, así que me llamaron de Gasteiz On para tomar parte en un jurado que debía decidir, entre casi una veintena de locales del Casco Viejo, cuál era el que mejor había ambientado un rincón de su establecimiento con motivo de una película (cada uno había elegido su título). Y ahí que nos recorrimos cada esquina del barrio los cinco invitados a tomar la decisión final. Nos rebelamos un poco por el sistema de puntuación, pero como todos los implicados estábamos por la labor de llevarnos bien, no hubo problemas. Pero no escribo esto para hablar del concurso en sí, de la buena gente con bastante más criterio que el de un servidor con la que tuve la fortuna de compartir tres horas de paseo y conversación o de la organización comercial que sustenta el acto en cuestión. Todo eso me dejó buen sabor de boca. Lo que me preocupó es ver un comercio con la lengua fuera dispuesto a hacer el pino puente si hace falta para sacar la cabeza de algún modo. Y no es que no conociera esa realidad. Es que cuando llegué a casa salió un político en la televisión diciendo que eso de la crisis es pasado. Pero no era uno cualquiera, un Montoro del montón. Era el presidente del Gobierno.