Entre las actividades universitarias de los colegas que compartíamos piso, había una, abanderada por un buen amigo navarro, que consistía en sumar las horas que habíamos dormido durante la semana. El objetivo era llegar al menos a seis de descanso diario. Considerábamos que ese era el tiempo necesario para recuperar bien nuestros maltrechos cuerpos si la semana había sido agitada. Confieso que solían serlo casi todas. Debo aclarar también que daba lo mismo el momento del descanso: podía ser de noche, podía ser de día, podía no ser. No recuerdo quién fue, pero el caso es que uno de nosotros apareció un lunes intentando convencer a todos de que un experto en la ciencia del sueño había dicho en la tele que lo que se duerme hay que dormirlo en el momento, que eso de sobar tres horas hoy y once mañana no sirve para hacer medias semanales: el descanso perdido, perdido queda, y ya es irrecuperable. Pues vaya. Me imagino que será verdad... No importa, voy a volver a hacerlo, pero introduciendo cambios. El fin de semana azkenero he fumado cuatro o cinco veces más de lo habitual. Creo que durante los próximos días no voy a encender más de dos o tres cigarrillos. Calculo que en agosto cumpliré mi objetivo. Falta mucho, ¿no?