la valla con pinchos de Melilla va ganando adeptos. Y traspasa fronteras. Los intolerantes están en todas partes, es cierto, y reconozco que cualquiera podríamos llegar a ser racistas en determinadas circunstancias. No es fácil ser coherente siempre. Pero una cosa es asumir esto y otra distinta es llegar a ponerse intelectualmente de acuerdo con ciertos comportamientos humanos. Lo de las cuchillas en Melilla no es de recibo, se mire por donde se mire, y tampoco lo son los pinchos que algunos ricachones han colocado en los aledaños de sus pisos de Londres para evitar la presencia de vagabundos. Un rellano en la calle sembrado con puntas metálicas de cinco centímetros, no vaya a ser que a alguno se le ocurra intentar dormir cerca de esos carísimos pisos de 600.000 euros los de una sola habitación. Los sin techo dan mala imagen, es verdad. Es desagradable verles por ahí mientras tú te comes una manzana y jugueteas con el móvil. Te entra mala conciencia la injusticia imperante en este mundo y preferirías que no estuvieran. Mejor no verlos, mejor apartarlos para que podamos vivir más tranquilos con nosotros mismos. Es una vergüenza a dónde estamos llegando. Al menos, a mí me da mucho coraje este racismo económico. Luego se extrañan de que la gente empiece a votar cosas raras...