Hay épocas en las que, por unos motivos u otros -casi siempre laborales-, me toca tirar mucho de taxi. Y sí, palmas, pero las charlas con los conductores son de las que no tienen precio. En las dos últimas semanas, hemos arreglado -en lo que una carrera te cuesta 10 euros- lo de Foronda y los accesos a la nueva estación de autobuses, hemos analizado los verdaderos efectos de la Green Capital o la Capital Gastronómica en el turismo local y cómo en realidad es el Azkena Rock el que supone todo un agosto para el tema, hemos disertado sobre el fenómeno de Podemos y hasta nos hemos contado confidencias de esas que no pueden salir del coche sobre políticos y empresarios que han estado en el mismo asiento de atrás, como la rubia del cadillac de Loquillo. Pero el otro día se me ocurrió preguntar a qué venía tanto precio por un recorrido que, en realidad, no era para tanto. Tuve miedo, lo reconozco. Pero no porque al taxista en cuestión le hubiese parecido mal la cuestión, sino porque la retahíla de descalificativos contra el Ayuntamiento y sus ansias por ir contra el tráfico rodado casi rozan la blasfemia. Y ya cuando salió el tema del impuesto de circulación... bueno, Maroto, ahí te tuvieron que pitar los oídos de lo lindo. La próxima vez, voy volando.
- Multimedia
- Servicios
- Participación