desde que el régimen de Stalin aprendiera -antes del Photoshop- a borrar artesanalmente a dirigentes incómodos de las fotografías oficiales -Trotsky, Malchenko, Kamenev o Yezhov fueron borrados virtual y literalmente- sabemos que los autócratas son aficionados a cuidar con esmero los retratos de sus cortes. No entraré al contenido del mensaje oficial de la abdicación del rey Juan Carlos en la tele, pues fui a fijarme en los clásicos retratos encuadrados que casualmente posaban en la mesita trasera del escritorio. Eran una entrañable imagen del rey con su hijo Felipe y su nieta Leonor -en armoniosa composición de la línea sucesoria- junto a un retrato con su padre don Juan de Borbón y Battenberg. Cuatro generaciones presentes simbolizaban la vocación de perpetuar la Monarquía. Pero esa puesta en escena llevaba también a preguntarse por los ausentes en los retratos. Se hacen invisibles todas las mujeres mayores de edad de la familia real -qué no callarán reina, princesa e infanta-, por supuesto han sido borrados los yernos indecorosos y, puestos a seguir la cadena dinástica, se obvian a Alfonso XIII y Alfonso XII, cuyos reinados quizás no procede recordar por distintas circunstancias. Sí, me quedo con la anécdota, pero quizás las fotos hablaron tanto como el discurso.