vitoria era una ciudad provinciana de curas y militares y 50.000 vecinos que miraban a la meseta cuando, en los años cincuenta, recibió un soplo de aire fresco. La primera industrialización y, con ella, los cambios urbanos y demográficos o los movimientos obreros transformaron la ciudad, así como la llegada de los eibarreses. Eran gente echada para adelante, forjados en la industria armera y en los terrenos fronterizos entre el monte y la mar, entre el mundo rural y kaletarra, que nos trajeron a Vitoria las tamborradas de San Prudencio y la osadía para desquitarnos de sotanas y soldados. Luego, con el tiempo, cuando nos decidimos a gastarnos una pasta en una autopista, de todos los destinos posibles en el mundo fuimos a elegir precisamente la villa armera para hacer la Vitoria-Eibar. Hoy, que el glorioso Alavés se la juega en Ipurua, apelamos a esa historia. El Eibar, un equipo currela que ha desafiado al establishment galáctico del fútbol, bien podría cantar el alirón contra el Lugo o en Soria y echarnos una mano, por nuestra historia común. Les prometemos invitarles a unos pintxos en la capital gastronómica que nada les tendrán que envidiar a sus denostados ñoñostiarras y hacerles solemne entrega de un ejemplar del mapa secreto de la recolección de perretxikos en las landas alavesas.
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