parece haber más ruido que nueces en el gallinero del PP. Soraya Sáenz de Santamaría -la vicepresidenta que mueve los hilos en la Moncloa e interlocutora del PNV- y Arantza Quiroga -recatada delegada de Génova y de Alfonso Alonso en el País Vasco- escenificaron ayer en Bilbao un espaldarazo de la primera a la segunda que intenta disipar dudas y aguantar los ruidos y la presión de Jaime Mayor Oreja y María San Gil. Más allá de la aparición de la nueva formación ultraderechista Vox -de momento residual, aunque en Álava puede llegar a tener cierto recorrido electoral en un espacio compartido con UPyD- impulsada por dirigentes tan pintorescos como el estridente exparlamentario alavés Santiago Abascal, el cavernario catalán Alejo Vidal-Quadras o el estandarte de las víctimas del terrorismo José Antonio Ortega Lara, la exposición pública de las divergencias internas en el PP no parecen tener concordancia con un cambio sustancial en las políticas de los populares respecto a sus patatas calientes en Euskadi o Catalunya. En todo caso, se trataría más bien de diferencias en las formas con las que el PP de Mariano Rajoy marca distancia con las bases programáticas e ideológicas heredadas de José María Aznar. Meten ruido, eso sí, los malestares personales que el presidente del Gobierno ha ido dejando por el camino o el desgaste de su liderazgo por la fuerte contestación social de la política económica de su Gobierno o por las riadas de corrupción que le han salpicado en las tramas de Gürtel y Bárcenas. No se trata de un aggiornamiento del PP para adaptarse a los tiempos. Es más bien una revisión formal de la política de ruptura y frentista que desarrollaron los gobiernos de Aznar, cuyos principales líderes -desde Ángel Acebes o Eduardo Zaplana en el búnker de Génova hasta Mayor Oreja o San Gil en Euskadi- se han ido cayendo por el camino, hasta formar ahora un pretendido lobby de presión desde la caverna de la derecha española, de la mano del conglomerado de colectivos de víctimas del terrorismo a los que durante años ha jaleado el PP. Eso sí, representan una sensibilidad a la que parece sentirse muy cercano el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, convertido en fortín para paralizar el proceso de paz vasco.