uno de los atributos más valiosos de un grupo organizado es la lealtad. Significa firmeza en los afectos y en las ideas, que lleva a no engañar ni traicionar a los demás. La lealtad en la práctica de cada día y en cada persona se enfrenta a los conflictos de intereses que se ocasionan entre distintos grupos que se unen por vínculos de solidaridad, proximidad, amistad, compromiso, y reciprocidad.

Si empezamos por lo más sencillo, todos conocemos buenos ejemplos de lealtad de los perros respecto a sus amos. Se manifiesta por la expresión constante y la continuidad de los afectos y garantiza la salud mental y estabilidad emocional del perro. La estructura social de esta especie es simple y se fundamente en un solo líder del grupo y en la correspondiente jerarquía en los privilegios. Es un tipo de lealtad llamada sumisión que requiere de un tipo de líder primitivo o tribal.

Este liderazgo primitivo propio de los animales sociales se legitima por la capacidad manifiesta del líder de aportar al grupo tres cosas importantes: información que resuelve algún problema grave como el llegar al pozo de agua; recursos que compartir, asociados a la alimentación o al territorio para garantizar la caza o recolección; y agresividad ofensiva y defensiva frente a otros grupos extraños. Esta modalidad de organización es eficiente en grupos bajo un liderazgo agresivo, donde domina el más fuerte.

Estos principios de la sociabilidad gregaria están muy instalados desde la antigüedad en las organizaciones humanas. Es natural encontrar en los órganos de decisión de los pueblos primitivos a los más antiguos del grupo -consejos de ancianos- que ostentaban el saber, junto a los guerreros más fuertes, que ostentaban el orden interno y la protección externa. El tercer atributo es la aportación de recursos al grupo, vinculada en los humanos primitivos al acopio para la alimentación, al territorio del que nutrirse y al comercio. En este esquema, los individuos son los súbditos que rinden pleitesía a un líder de quien se hacen depender formalmente y de quien reciben órdenes.

En nuestra realidad cotidiana todo es mucho más complejo. Cada persona tiene múltiples relaciones unipersonales -familiares, laborales y sociales- y pertenece de forma voluntaria o establecida a decenas de unidades sociales con diferentes fines. Aquí, la manifestación de la lealtad no es tan simple, ya que se torna elección y, sobre todo, ordenación práctica de los principios, creencias y valores que están dentro de cada individuo. Las lealtades con las personas, con las instituciones y con los principios compiten entre sí y es el análisis de las consecuencias utilitarias, morales y éticas de lo que hagamos lo que determina la balanza en un sentido o en otro. No se puede ser leal a todos y a todo. Unas veces son los vínculos emocionales hacia los cercanos los que nos hacen romper lealtades a otros más distantes. Otras veces es el miedo instalado a las represalias en nosotros el que nos hace decidir, generando una posición pasiva y sumisa, ante el conflicto de intereses. Otras, son los principios éticos de la dignidad del otro los que nos mueven a no aceptar ciertos tipos de lealtades.

Ejercer la libertad es actuar frente a un repertorio de acciones y sus consecuencias, en uno mismo y en los otros, ordenando la dura competencia a distintas lealtades que hay que armonizar. Los casos recientes de las filtraciones de información altamente confidencial sobre la seguridad del Estado son un buen ejemplo de los conflictos que existen entre las lealtades institucionales y las lealtades y razones éticas de lucha contra abusos notorios de esas instituciones. Hay quien los califica de traidores nacionales y otros de valientes. Todo depende de la prioridad a las lealtades y de la incompatibilidad en las mismas.

Cuando las prioridades éticas se sobreponen a las lealtades de los intereses materiales, la lealtad es coherente, sostenible y sólida. Estamos hablando de la lealtad ética, tan difícil de encontrar en nuestros días. Y esto ocurre en todos los niveles. Desde el que engaña a pequeña escala para evitar un pago de algo que ha consumido hasta el dirigente que interesadamente oculta los motivos reales de sus decisiones para salvaguardar intereses. Decir lo que se hace y hacer lo que se dice es el entrenamiento diario para progresar en esta otra forma lealtad.Si se practicara, habría muchas más sanas dimisiones.

La ausencia de la manifestación de estos conflictos personales y su resolución ética nos indica que la lealtad se entiende hoy como sumisión, subordinación, carencia de espíritu crítico y vía de perpetuación institucional de los privilegios del líder primitivo o tribal.

No confundamos la lealtad con el vasallaje y no premiemos esta última con nuevos ascensos que reproducirán nuevamente y para más generaciones el modelo del líder primitivo o tribal y del súbdito sumiso y temeroso.

La transición hacia modelos de nuevos liderazgos éticos requiere tiempo, una nueva resolución efectiva y afectiva de conflictos y mucha valentía por todos. En el camino hemos de procurar evitar la consolidación y creación de nuevas estructuras jerarquizantes, basadas en el liderazgo tribal, con ausencia de evaluación ética y personal.