quizás sean cosas que únicamente pasan en Vitoria-Gasteiz, una ciudad demasiado acostumbrada a los coros de jeremías y a la que persigue una secular querencia por la queja y por a sacarle punta a todo. El caso es que últimamente he oído críticas realizadas desde el purismo euskaltzale por que nos resignemos a la inercia colonizadora castellana de llamar a esta ciudad Vitoria en lugar de Gasteiz y esgrimen sesudos argumentos históricos o sociolingüísticos. Y de la misma manera, casi al mismo, tiempo me han llegado reproches precisamente por lo contrario, por que prefiramos el vocablo Gasteiz -lo que algunos consideran al parecer un neologismo vasquista impuesto- antes que el castizo topónimo de Vitoria, con argumentos más o menos rancios sobre la muy noble y muy leal ciudad de abolengo y tradición. Ambas son conocidas posturas esencialistas -que se empeñan en enrocarse en absurdas disquisiciones sobre el significado y naturaleza del pecado nefando- que no termino de entender muy bien y a las que siento decepcionar, pues a diferencia de otros medios de uno y otro signo, aquí utilizamos indistintamente Vitoria o Gasteiz, Gasteiz o Vitoria sin tantos remilgos. Cuando empezamos a hacer batallas con los nombres, las etiquetas o las identidades, terminamos no sabiendo ni quiénes somos ni cómo nos llamamos. Como canta Oskorri en su canción Vitoria-Gasteiz -a la que se refiere como esa rara ciudad que tiene dos nombres-, "gasteiztar berria naiz maitale arrotza, ulertuko ote dut zure adur hotza?".
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