la sociedad de la información, desarrollada y democrática de derecho ha conseguido convertir los días previos a las Navidades -reconvirtiendo la simbología religiosa misma- en una gigantesca tramoya mundial. Las luces de neón adornan las capitales del primer mundo, los coloristas escaparates lucen con lazos bermellones, millones de Christmas enviados por e-mail o por iPhone -casi nadie que se molesta ya en poner unas letras de su puño y letra en una discreta postal- se cruzan en el Big Data de la NSA y la demanda de marisco y champán se dispara compulsivamente. Con motivo del inicio de las vacaciones escolares navideñas, muchas ikastolas organizaron anteayer pequeñas fiestas en sus aulas y patios, acompañados por un andrajoso carbonero. En la que tuve la suerte de asistir se juntó un puñado de madres y padres, alumnos y profesores reunidos alrededor del carbonero en un frontón semioscuro, agasajados por la música del acordeón, la actuación del grupo de dantza y una apañada merienda con pintxos de txistorra y un vino peleón en vasos de plástico servida por los chavales del último curso de DBH. Con un frío del copetín, pero al calor de los candiles, de la compañía y el entusiasmo revolucionado de los txikis. Nada nada que envidiar a las ostentosas celebraciones prenavideñas que iluminan el resto del mundo, fuera de estos rincones de aldeanos. "Estamos en el año 2013 después de Cristo; todo el mundo está ocupado por el gran espectáculo? ¿Todo? No, algunas aldeas pobladas por irreductibles resisten todavía al invasor...".
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