"el invierno ha sido duro, las cosechas no dan para más. Seguro que el señor lo comprende y afloja un poco este año la soga de los impuestos". Pero llegan los recaudadores, puntuales y eficaces, y conminan a los vasallos a apretarse el cinturón, que el señor necesita venado en el plato, leña en el hogar, armadura reluciente y oro para seguir guerreando y organizar fiestas dignas de sus iguales. "Ni siquiera en Navidad ha tenido el Gobierno un detalle con los ciudadanos", proclamó Rajoy cuando el gabinete socialista subió la luz en torno a un 10% hace un par de años. Poco después, el Robin Hood de los españoles derrocó al pérfido Zapatero y se instaló en el castillo de La Moncloa. Pero pronto renegó de sus súbditos y se alió con los poderosos nobles que, al fin y al cabo, sostienen al rey en su trono. Y quiso venado en su plato, armadura reluciente y oro para seguir organizando fiestas. Y empezó a crujir sin piedad a los que hace no mucho le ayudaron a conquistar el castillo. Le echaba la culpa a su antecesor, por supuesto, pero en absoluto la solución pasaba por apretar el cinturón de algunos para repartir entre todos. Demagogia, lo llamaba. Como la gente empezaba a pasar hambre y se extendían los rumores de sublevación, envió a sus caballeros más viles -ministros los llama- a las aldeas para quitarles los privilegios, asegurarse de que ninguno estudiase demasiado, de que todos pagaran, de que nadie protestara y de que se aplicaran los nuevos impuestos para mayor regocijo suyo y de sus nobles. La luz vuelve a subir, ahora un 11%. ¿Y a callar?