EMPIEZO a rendirme, señores. Llegué a pensar que íbamos a ser capaces entre todos de cambiar el estado de las cosas, es decir, la manera como dejamos que se conduzca el mundo. Cuando se inició la crisis financiera y el sistema empezó a resquebrajarse, hasta el punto de que insignes neoliberales como el expresidente de Francia llamaron a refundar el capitalismo, creí llegado el momento de dar un giro radical a la relaciones económicas, y por lo tanto de poder. Pues no. Pasan los meses, pasan los años, y aun cuando la crisis sigue haciendo sufrir a miles de personas y a otras miles les pasa por la derecha sin afectarles lo más mínimo, tengo la sensación de que todo va a quedarse como estaba: el dinero seguirá en las mismas manos, lo cual quiere decir que nuestras vidas y nuestras perspectivas continuarán sujetas a los vaivenes que marquen quienes causaron los males que todavía nos siguen hundiendo en la miseria. Basta con echar un vistazo alrededor para comprobarlo: entre los brotes verdes que dicen que asoman, los datos que indican que el mercado del ladrillo puede volver a relanzarse a medio plazo y los vaticinios económicos de los próximos cinco años, juraría que en un par de lustros estaremos de nuevo enredados en el mismo juego, aunque más empobrecidos. Ya se lo he dicho a mis hijos: si no hemos sabido cambiar el sistema ahora que sus grietas eran considerables, no dudéis de que dentro de veinte o treinta años alguna burbuja, la misma de esta crisis u otra diferente, volverá a explotar. Tontos que somos.