cuando estalló la burbuja inmobiliaria, y a medida que el sistema se ha ido yendo poco menos que a la mierda, yo era de los que pensaba que, aunque fuera a hostias, íbamos a aprender de la crisis. Intuía que nuestros valores cambiarían, que el consumismo se quedaría relegado -a la fuerza ahorcan-, que el coche 4x4 dejaría de ser símbolo de estátus social, que los fondos de armario se reducirían, que la tontería inherente al Estado del bienestar -léase pelotazo, dinero fácil, apariencia y ostentación- desaparecería para dar paso a una nueva concepción de vida en la que, además de potenciarse la solidaridad ante tantas dificultades, se valoraría a la gente por su esfuerzo y su capacidad de trabajo más que por sus apellidos, palabrería retórica o su técnica de marketing ante determinados jefes. Pero héte aquí que ya llevamos seis años de crisis y lo único que ha variado significativamente es el volumen de la bolsa de pobres. La clase media se ha ido al garete, el paro se dispara y los que aún mantienen el trabajo han visto sensiblemente reducidos sus salarios, montoradas aparte. Y oigo a la CEOE pidiendo medidas más duras para los trabajadores. Y escucho a Botín decir que la situación es "fantástica", que el dinero (le) llega por todas partes. Y los políticos siguen ahí, impertérritos, inventando medidas e impuestos para protegerse a ellos mismos y a sus valedores. Resulta que con la crisis se ha creado otra burbuja, esta vez de clase, en la que sólo entra la élite, aún a costa de acogotar a la mayoría. Como un renacimiento de la Edad Media.
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