españa no necesita presentarse a unas olimpiadas para batirlo. Se basta con la pandereta que usan sus gobernantes para dirigir al país, o grupo de nacionalidades, como prefieran ustedes. Somos campeones del mundo en corrupción sincronizada, lanzamiento de ladrillo o dopaje sin perseguir.
Podrían haber hecho como Roma cuando, vistas las dificultades internas, decidió retirarse. Podrían haberse fijado en la resaca de la Expo -con el estadio de La Cartuja en Sevilla usado este año para un amistoso de fútbol Noruega-Ucrania con 200 espectadores- o en la Caja Mágica, que hace caja una vez al año en el open de tenis, mientras los vecinos del barrio no pueden entrar para hacer gimnasia o botar un balón. Fue adjudicada a FCC, vinculada con Luis Bárcenas a través de su expresidente José María Mayor Oreja -hermano del exministro-, quien reconoció al juez Pablo Ruz haber entregado al extesorero del PP 600.000 euros en dinero negro en 2011. Pese a que el proyecto del estadio multiusos se presupuestó en 120 millones, su coste total terminó disparándose hasta los 294 millones, un 250% más de lo previsto. Podrían haber tomado nota de que la fiesta del hormigón produjo una burbuja que, al explotar, nos ha dejado manchas de cemento en la camisa de diario imposibles de limpiar.
Sabiendo que la ciudadanía está muy susceptible con todos los recortes realizados con la excusa de la falta de liquidez, no han tenido el menor reparo en engañarnos de nuevo con el cuento de la lechera, inflando la cifra de ingresos y desvirtuando la de gastos. Tampoco nos iba a costar nada el rescate bancario y llevamos entre 60.000 y 200.000 millones. Los Juegos Olímpicos de Atenas trajeron un déficit de más de 9.000 millones y ahora van por el tercer rescate.
Nos gustaría saber si el ministro Luis de Guindos tuviese una enfermedad que fuese tratada con un medicamento durante un año y empeorase, seguiría tomándolo en segundas o terceras dosis. Ni la mente, ni el cuerpo están sanos con el capitalismo. Sin médicos, maestros o servicios sociales suficientes, nuestro nivel de vida decae a pasos acelerados. El cuerpo está repleto de los venenos de la contaminación, por no hablar de las exigencias dopantes a los deportistas para mejorar el espectáculo circense de la competición. Citius, Altius, Fortius.
Varios récords nos adornan. Como seis millones de parados, la mejor generación de la historia de jóvenes emigrando, el mayor porcentaje de políticos que no saben inglés y, sin embargo, conocen de maravilla el egipcio (poner una mano en la espalda y otra hacia delante, bien abierta y hacia arriba para recoger algún sobrecito), medalla de bronce en exportación de armas y un gasto militar que nos provoca una deuda insoportable.
Si las olimpiadas fuesen un verdadero apoyo al deporte y no un inmenso negocio que algunos rentabilizan con el dinero de todos, si el deporte se entendiera como un bien social para todas las personas, como salud humana y diversión y fuese apoyado por las instituciones, si el olimpismo tuviese algo de democrático, si las multinacionales que promocionan zapatillas fabricadas por niños en condiciones de esclavitud no estuviesen tan cerca, tal vez podríamos sentir tristeza del tercer fracaso madrileño. Pero, ¿cuántas cortinas de humo son necesarias para tapar las miserias de la crisis actual? Gibraltar y la cita del 2020 en la puerta de Alcalá estaban marcadas con letras de oro en una selecta agenda, ¿qué fabricarán ahora?
Es cierto que en la piel de toro surgen muchos buenos deportistas, pero no por los méritos de la política deportiva. Es más, la subida del IVA en el deporte y la cultura puede matarles a ambos.
Este palo olímpico es bueno para la ciudadanía y malo para constructoras y advenedizos. Nuestra olimpiada es otra, y no hace falta esperar al 2020, sin infraestructuras faraónicas ni despilfarros en protocolo. Conseguir que la supuesta democracia política no se deslice hacia la dictadura económica. Que la ciudadanía prefiera salir a correr al parque de las decisiones sociales antes que ver por la tele en el sillón el partido del Congreso. Que lancemos muy lejos la corrupción y el enchufismo, que saltemos por encima de las limitaciones que imponen los bancos, las leyes clasistas y los recortes sociales. Que seamos rápidos en tomar conciencia y defender nuestros derechos antes de que sea demasiado tarde. Que seamos fuertes en la solidaridad ante los atropellos del sistema de mercado y en la defensa del planeta. Que seamos capaces de vislumbrar dentro del oleaje y la niebla mediática si el correcto camino en nuestra frágil embarcación a vela hacia la meta pasa por el carril del euro o no. Corra este otoño en salir a la calle, salte con su pancarta, lance sus consignas y el griterío puede ser de récord.