EN los tiempos en que nuestra ciudad navegaba en la abundancia y atracaba en los puertos del despilfarro más idiota, a alguien se le ocurrió que el suelo debía reflejar la diversidad ideológica y racial que felizmente, aunque no siempre, la define. Esta premisa me la acabo de inventar porque no encuentro explicación a los numerosos modelos de baldosa que pisamos en Gasteiz. Hagan la prueba. Caminen desde sus casas hasta el punto que quieran, pero no lo hagan sólo hasta la esquina de la derecha: dense un largo paseo mirando al suelo, como quien medita aspectos metafísicos de la vida. En mi empírico caminar desde casa hasta el periódico, que ya saben dónde está porque se ve desde lejos, he llegado a contar seis modelos diferentes de baldosas, seis, desde la zona de la plaza de Euskaltzaindia hasta la avenida de Gasteiz 22-bis. No sé a ustedes, pero a mí me parecen demasiados. Y no lo digo porque queden mejor o peor; el nivel de belleza de nuestro suelo me importa un comino. Lo digo, sobre todo, porque deduzco que cuantos más tipos de losas existan en la ciudad, más caro nos saldrá a todos, porque somos todos los gasteiztarras quienes pagamos el suelo que pisamos. Intuyo que en el almacén municipal donde se guardan los recambios habrá una buena cantidad de baldosas de distintos colores y formas para sustituir las rotas, y se rompen muchas dada la costumbre local de transitar en coche por las aceras. Imaginen que Gasteiz se definiera por un solo tipo de embaldosado. ¿Aburrido? Es posible, pero más barato.