LA que se va a convertir en la decimotercera operación quirúrgica de Juan Carlos de Borbón -ocho de ellas en los últimos cuatro años- ha dado pie, nuevamente, a un rosario de rumores, especulaciones e informaciones más o menos completas sobre el estado de salud real de la persona que ejerce el más alto cargo de la jefatura del Estado español. Ocurre cada vez que el monarca debe someterse a una nueva operación u hospitalización, cosa cada vez más frecuente a sus 76 años, pero se ha incrementado en los últimos tiempos dada la reiteración de sus obligadas ausencias e imposibilidades en el ejercicio de su cargo y, también, por la concatenación de hechos que están en la mente de todos los ciudadanos y que han deteriorado el estado de salud de la monarquía hasta límites que empiezan ya a ser insostenibles. En esta ocasión, los buenos reflejos -y, hay que admitirlo, el trabajo profesional en las labores de comunicación- de la casa real han dado un barniz de transparencia -en ningún caso completa pero sí en cuanto a imagen- a la situación creada tras esta nueva enfermedad del rey, lo que ha logrado, siquiera de forma limitada, frenar las cada vez más incesantes voces que piden su abdicación o renuncia, hecho que ha sido negado con total rotundidad. También se ha disipado la posibilidad de la regencia -decisión política de las Cortes, si vieran al rey inhabilitado para ejercer su cargo-, que podría haberse aplicado si la operación tuviese lugar fuera de España. Algo que, en cualquier caso, no solucionaría el problema de fondo, que no es otro que la anacrónica pervivencia de la monarquía más allá del endeble estado de salud del actual rey. No se trata ya de la cadera izquierda del monarca, ni siquiera de su inexistente mano izquierda -como demuestran las revelaciones esta misma semana de un dirigente de CiU, que se sintió "acojonado", según su propia expresión, por la virulencia con la que Juan Carlos de Borbón le reprochó la vía soberanista abierta en Catalunya- sino de la pervivencia misma de la corona sin que se haya consultado siquiera a la ciudadanía 35 años después de su imposición. El rey podrá curarse y volver a sus tareas, sean estas las que sean. Pero suturar su herida no será sinónimo de cerrar un debate que ya es imparable porque se ha instalado en la mayoría social.