es lo que tienen las monas: que por mucho que las vistan de seda, monas se quedan. Podemos llamar a los parados viciosos u ociosos y a los que emigran, intrépidos exploradores o inquietos turistas. Da igual. Al final, tarde o temprano, siempre suena una alarma de despertador, en esta ocasión en forma de intentona para conseguir hacer de Madrid una villa olímpica, que nos despierta del letargo de las mentiras.

Porque, digan lo que digan, organizar unos juegos es una ruina. En ocasiones para la ciudad organizadora, en otras para el país, que se come con patatas los costes para que la ciudad presente unas cuentas saneadas, y en otras para ambas. Cada uno de los puestos de trabajo permanentes que generaron los Juegos Olímpicos de Atlanta, cerca de 25.000, vino a salir por unos 64.000 dólares, según Baade y Matheson, citados por Gerard Llobet. Y si bien Sydney ganó dinero con sus juegos, a Australia el negocio le salió a pagar, como demostró en su día John R. Madden, de la Universidad de Tasmania. Aún puede ser peor: en Atenas gastaron lo que no tenían y ganaron los que no debían.

La crisis griega, obviamente, no es consecuencia de los Juegos Olímpicos de Atenas. Pero sí fueron una causa más de la crisis que hoy tiene doblados a los griegos. A sus ciudadanos, no a sus políticos. Y si bien de Beijing no tenemos datos fiables -como pasa con todos los datos que vienen de China- no cabe duda de que, como en su día en Berlín, los juegos sólo han servido para perpetuar en el poder al tirano de turno y lavar una cara que ni con lejía podría brillar.

Aún tendremos que escuchar a los que decían que Madrid iba a ganar en una sola votación que todo es culpa de los rojos, masones, judíos o gibraltareños. Se pongan como se pongan, al final sólo tendremos un sonoro fracaso más que apuntar al faraónico despiporre piramidal de unos políticos endiosados que no saben cómo construirse un Olimpo a la puerta de su chalecito.

Lo contrario hubiera sido perpetuar el modelo de una economía basada en la construcción y unos negocios basados en el pelotazo rápido, auténticos deportes nacionales. Como ocurre, por ejemplo, con la Caja Mágica, emblema del perenne sueño olímpico madrileño, y con la que ya no saben qué hacer.

No sé si será verdad que una miembro del COI dijo a los representantes de Madrid que se ocupen de sus ciudadanos, pero la ocasión la pintan calva: ese dinero que iba a ser destinado a construir el 20% de instalaciones que quedaban pendientes, ahora se puede emplear en sanidad y educación, por ejemplo.

Y no es que Tokio o Estambul sean mucho mejores. No olvidemos que una tiene un desastre nuclear que, lejos de estar resuelto, cada día es más preocupante y la otra, desastre social aberrante. Pero seamos egoístas. Por una vez, la fiesta no la vamos a pagar nosotros.