puede parecerles algo trivial y quizás para los sabios de este deporte sea una tontería, pero esa ocurrencia -desde hace ya unos años- de poner el nombre del jugador en la camiseta con su dorsal creo que desvirtúa el espíritu de colectivización del fútbol. Hasta entonces, el color -o el sudor- de la camiseta estaba por encima de quién la portara. En Primera División quizás tenga una lógica empresarial, pues el negocio está más en la farándula que rodea a los ídolos que en el juego propiamente dicho. Pero en Segunda y categorías inferiores queda un tanto pretencioso. Esta tarde, el Deportivo Alavés estrena la nueva categoría en Mendizorroza. Los voceros del club se han dedicado estas últimas semanas a vendernos que si han fichado a tal o cual chaval, como si fueran cracks, supiéramos si quiera quiénes son y como si la bravura de El Glorioso no estuviese en sus colores y en su ilusión, más que en el Zutano o el Fulano que se traiga el tal Zubillaga, vaya usted a saber con qué intereses. Quizás sólo sea un señuelo para tapar el desdén que ha demostrado la advenediza directiva baskonista por la cantera albiazul y por el fútbol base, cuya anónima chavalería volvió este verano exitosa de un torneo en Salou y, aparte de tener que haberse pagado de su bolsillo el viaje, no recibió de la directiva del club ni una triste palmada. Quizás el Alavés tendría que saltar hoy al campo sin nombres en los dorsales, con la ilusión de esos chavales en la mente y volver a ser el equipo de pueblo que hace piña y comparte camisetas anónimas. Pero quizás sea mucho pedir para el business.