IRÁN abrió ayer una nueva etapa en su historia con la toma de posesión del presidente electo, el clérigo moderado Hasan Rohani. Un nuevo periodo que se espera esté caracterizado por la moderación política y religioso-moral, el avance económico y social -con la igualdad de derechos de la mujer como uno de los puntos fundamentales- y el equilibrio en las relaciones internacionales. Es decir, justo lo contrario de la etapa anterior presidida por Mahmud Ahmadineyad que, más allá del carácter antidemocrático y fraudulento de su segunda elección, llevó al país y a los iraníes a la ruina económica y al paro, agudizó las diferencias sociales incluida la discriminación más descarnada hacia la mujer, practicó una política fuertemente integrista en lo religioso y desafió al mundo con su programa nuclear, lo que derivó en el aislamiento de Irán y en el castigo añadido de las sanciones internacionales. Por ello, la elección democrática de Rohani, que se presentó a los comicios con un discurso y un programa moderados, ha despertado una cierta esperanza, no exenta de cautela. Aunque aún es pronto para medir el carácter y profundidad de las reformas, las palabras de Rohani durante su toma de posesión de ayer apuntan hacia el buen camino ya que abundó en las ideas fuerza que le han llevado a la presidencia. "El pueblo votó por la moderación, el pueblo quiere vivir mejor, tener dignidad y disfrutar de una vida estable. Quiere recuperar la posición que merece entre las naciones", afirmó. Respecto al resbaladizo asunto nuclear, el presidente iraní fue también rotundo: "La única solución con nuestro país es el diálogo, no las sanciones". La inmediata y positiva respuesta de EEUU, comprometiéndose a ser un "socio dispuesto" si Teherán cumple "sus obligaciones internacionales", abona la sensación de esperanza. Irán pide diálogo y la comunidad internacional debe responder de forma inmediata y clara a esa mano tendida. No hay muchas oportunidades de resolver un largo y complicado conflicto de forma pacífica y democrática y la hoja de ruta está escrita. Sin duda, el nuevo presidente iraní necesitará toda la ayuda posible para poner en marcha sus reformas, ya que el líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, mantiene importantes resortes de poder y los extremistas pueden dar al traste con la esperanza a nada que vean un resquicio.