CONSTE que yo tendría ganas de ponerme el traje de turista veraniego, las chanclas, las bermudas -y ese sombrero que ni con un kalashnikov apuntándote a la sien lucirías en tu ecosistema autóctono-, y dedicarme a disertar sobre esas dudas existenciales que deberían atenazarnos bajo la canícula, del tipo gin-tonic o mojito o cuándo le dará el próximo ataque de sinceridad al señor Bárcenas. Pero no hay manera. La alcaldesa del municipio grancanario de Telde es la autora de una de las frases del verano: "Las bibliotecas no dan nada de dinero" (fin de la cita, que está de moda). Y ésta es la clase de gente que nos gobierna señores. Sin paños calientes, la alcaldesa les ha dejado claro a los catorce trabajadores que aún tiene el servicio de bibliotecas -al parecer gestionado por una empresa municipal- que les queda medio Teleberri para ir a comerse las papas arrugás a la cola del paro. El argumento es abrumador, repito: las bibliotecas no dan dinero. Magna reflexión que, no sé, pero quizá debieron repetirse las tropas que arrasaron la legendaria biblioteca de Alejandría. O Adolf Hitler cuando organizaba magníficas fallas literarias en Berlín. O la artillería serbo-bosnia que bombardeó la biblioteca de Sarajevo o los saqueadores que destruyeron en 2003 la Biblioteca Nacional de Irak... Es más, no es que las bibliotecas no den dinero, es que nos cuestan dinero y además son nidos de cultura, peligrosísimos epicentros de formación, pensamiento y crítica. Perdónenme la hipérbole y la demagogia, es por estar a la altura de la cita.